miércoles, 21 de enero de 2015

22 -Oscuro-


ÓSCAR:
Le di una muerte rápida, no fue dolorosa. El aerodeslizador se llevó el cuerpo de Álvaro, lo levantó del suelo en aquella calle llena de gatos y lo introdujo dentro de sí hasta sacarlo de la arena. Él, a quién habíamos salvado de Aitana; él, a quién ayudamos.
La sombra de la cornucopia se alargaba hasta chocar contra el enorme frontón y el tronco del árbol que cayeron anteriormente y estuvieron a punto de matarme. El cielo verdoso e inmenso se extendía sobre mi cabeza abarcando la pequeña arena que cada vez iba menguando más y más; ya no podemos salir del pueblo, ni el río ni el campo están ya a nuestro alcance, solo la fuente de la pequeña plaza, donde un pequeño chorro sale creando un delicado sonido que imnotiza mis oídos, y al parecer, también los de Sandra, que sostiene un trapo mojado sobre la cabeza de Cristina.
Solo queda Marcos, del ocendistrict 9; Sandra, del 9; Cristina y yo, del 5.
-¿Crees que despertará? –Pregunto esperando una contestación afirmativa; y así es.
-Si. –Contesta. -Ha perdido mucha sangre por las venas de la muñeca a causa de los cortes que Aitana le ha hecho, pero bueno, el torniquete me ha salido bien y ya no está tan pálida como anoche. –Al escuchar aquello mi respiración se relaja y se vuelve lenta y pausada. –Necesitamos mas libertad amarilla para las heridas de Cristina, ve a buscar más. –Sandra utiliza la sabía de las hojas de aquella planta para untarlas por las heridas, algo que yo no logro entender, ¿como una planta venenosa puede ser capaz de curar? Pero ella me explicó que no utilizaba el mejunje del fruto, que era muy venenoso, sino el de las ramas y hojas, que era curativo.
-De acuerdo pero... no voy a poder salir del pueblo y no creo que halla mucha libertad amarilla por aquí cerca.
-Con que me traigas unas cuantas hojas... me vale. –Así que salgo de la cornucopia y camino pueblo arriba, sin mochila, sin agua, sin ánimos y sin fuerzas.
Las enormes hormigas que en su día habían matado a Fénix, entraban y salían de un gran agujero en una de las laderas de la montaña, sin poder entrar en la arena y sin poder salir de ella las que se habían quedado dentro. Una enorme serpiente estaba enroscada a los pies de una enorme cuesta, cuesta en la que una vez salvé a Sandra, cuesta a los pies de una enorme casa que expulsaba una espesa humareda por la chimenea, una humareda que se erigía abruptamente del tejado y se elevaba hacia el cielo, entonces deduje que ahí tendría que estar Marcos, el único enemigo que nos queda. Por unos momentos pienso en entrar, matarle y acabar con todo esto, pero luego... ¿qué pasaría con Sandra y Cristina? y lo que es peor, ¿qué pasaría a la hora de nuestro enfrentamiento, como podría matarlas? Entonces, en la entrada de una pequeña casa, unas pequeñas bolitas amarillas se movían a causa de una delicada brisa.
<<-¡¡¡Bien, libertad amarilla!!! –Grito hacia mis adentros.>>
Me acerco rápidamente al pequeño arbusto verde y arranco la rama más grande posible para no tener que volver al día siguiente. Corro de vuelta a la cornucopia y cuando llego Sandra está de rodillas frente a un cúmulo de ramas y troncos intentando hacer una hoguera chascando dos piedras mientras Cristina, con los ojos cerrados y boca arriba, se encuentra descansando a la sombra.
-Ven. –Dice Sandra indicándome con la mano que me acerque. –Sopla cuando yo te diga. –Golpeó las piedras y estas provocaron unas pequeñas chispas que cuando cayeron sobre la madera prendieron una pequeña hoja que en seguida se apagó. Lo volvió a intentar y, esta vez, la llama se quedó un segundo más, segundo en el que me dio tiempo a soplar para que el fuego subiese y quemase las demás ramillas y hojas. –Gracias.
-De nada. –Apunto yo. –Y toma, esto es para ti. –Digo sacando la rama de frutos venenosos del bolsillo y poniéndola sobre sus rodillas.
-Perfecto. –Se levanta, deja la rama en la piedra en la que estaba sentada, coge una piedra y regresa con ella para comenzar a separar los frutos con suma delicadeza de la rama y después machacar las hojas y el tallo y extender el líquido sobre los cortes.
-Se donde esta Marcos. –Digo. –Estaba en una calle tras la iglesia, esa en la que nos vimos por primera vez en la arena. –Se acerca y deposita las bolas amarillas sobre una corteza gruesa de roble y comienza a aplastarlas con la misma piedra. –Tenía la chimenea encendida, soltaba una humareda muy densa, gris oscura; como si le diese igual que viésemos donde está, como si ya se hubiese rendido.
-Le conozco bien y... no va a rendirse todavía.
-No tiene agua, ni comida, ni...
-Ni fuerzas, lo se. –Me interrumpe. –Pero el problema es que los débiles somos nosotros, no él. Yo le he visto en el ocendistrict 9, pese a que sea tan delgaducho y bajito... es fuerte y bruto, sobre todo lo último.
-Somos tres, el solo es uno.
-Somos dos. –Dice mirando a Cristina mientras deposita el líquido amarillo que acaba de extraer de los frutos en otra corteza, esta vez de chopo.
-¿Que vas a hacer con eso? –Pregunto de inmediato.
-Es por si acaso quedamos nosotros tres, tú te suicidarás por salvarla a ella, y yo... haré lo mismo, si me bebo esto caeré muerta. –Vierte una gota de agua en el líquido y luego dos del mejunje que había hecho para las heridas de Cristina.
Me siento junto a Cristina y ella se mueve débilmente para ponerse de costado.
-Los juegos están a punto de terminar, Sandra. –Digo. –Solo quiero que sepas que... por si acaso mueres, o muero... ha sido un verdadero placer haberte conocido, lo digo en serio. –Me atraganto. –Y seguramente ella opine igual. –Prosigo refiriéndome a Cristina.
-Me lo creo. –Sonrío.
-Haces bien. –Cojo la cantimplora y me acerco a la fuente para introducirla bajo el chorro y espero a que se llene. Cuando está hasta arriba, me llevo la boquilla a la boca y bebo hasta dejarla casi vacía. Después la vuelvo a introducir bajo el chorro para volver a llenarla, pero antes de eso escucho a Sandra gritar:
-¡¡¡Óscar, Óscar!!! –Entonces dejo caer la cantimplora sobre el suelo y corro rápidamente hasta Sandra, que sostiene la cabeza de Cristina sobre sus rodillas.
Tiene los ojos abiertos, mirándome, inyectados en sangre.
-¿Cómo estás? –Pregunto.
-Tumbada. –Dice sonriendo. –Hambrienta y cansada.

CRIS:
Sandra y Óscar me ayudan a sentarme y a apoyarme en la cornucopia, junto al débil fuego, débil como yo. Me traen un muslo de conejo y una cantimplora para que me alimente y luego se acomodan, Sandra a mi izquierda y Óscar en frente.
-¿Que pasó después de que yo encontrase a Aitana matando a Jackie...? –Digo rebañando el hueso. –Sólo recuerdo el salto de Aitana que me hizo perder el equilibrio, caí, ya mareada y después sentí un cosquilleo en las muñecas. –Las miro y veo una extraña tela pegajosa que envuelve mis cortes. –A vale, ya veo lo que pasó después. ¿Y Álvaro?
-Álvaro intentó matarte, –Dice Óscar. –pero lo hice yo primero.
-¿Como que...? ¿Pero...? ¿De verdad lo dices...? –Pregunto.
-Si, Cristina. –Afirma Sandra, quien entre sus dedos mueve un pequeño cuenco de madera, seguramente fabricado por ella. –Se le había ido también un poco la cabeza, como a Aitana, sí. –Alarga el brazo y me ofrece el cuenco que contiene un espeso líquido amarillo mientras Óscar se levanta para echar unos palos al fuego y avivar la llama naranja que con la luz del día brilla poco y no se ve el naranja intenso que se puede observar cuando todo está oscuro al rededor del fuego. –Pero ahora solo queda Marcos y tenéis que pensar una forma de... derrocarlo.
-Matarlo. –Apunta Óscar; que esta serio y al parecer también está cansado.
-Ya pensaremos en eso esta noche, veo que no habéis dormido ninguno de los dos. –Digo. –Tumbaos un rato y descansad, no creo que halla mucho peligro con solo Marcos al acecho. –Los dos asienten y se preparan un lecho donde poder echarse unos minutos. –Si le veo... gritaré para que os despertéis. –Cierran los ojos y sus respiraciones se vuelven pausadas, como la mía hace una hora o dos, supongo. Me levanto y salgo de la Cornucopia para dar tres, cuatro, cinco pasos seguidos. Miro me reflejo en la superficie dorada y veo mis ojos rojos y las ojeras, pero de repente mi vista se nubla pierdo el equilibrio. ¿Que me esta pasando? Los puntos negros comienzan a desaparecer y la cornucopia vuelve a estar al alcance de mi vista. Me acerco a la fuente para mojarme la cara pero todo vuelve a nublarse de nuevo; puntos negros aparecen por doquier impidiendo que mis ojos consigan ver algo que no sea negro. Caigo de rodillas a los pies de la fuente y después de lado, haciendo rebotar mi cabeza en el asfalto de la plaza de aquel pueblo que es la arena.
Solo escucho el sonido del agua, el fino chorro que retumba en mis oídos hasta que... hasta que dejo de escucharlo y muero.
Una muerte rápida y limpia, veneno, arma de mujeres como decía mi padre; veneno, arma limpia y eficaz, casi irremediable de evitar su muerte si es fuerte la ponzoña; veneno, perfecto.

ÓSCAR:
*Cañonazo*
Cuando abro los ojos la oscuridad lo abarca todo, absolutamente todo, incluso las brasas del fuego casi extinguidas.
-¡Sandra, levanta! –Digo; pero ella no está tumbada a mi lado, ni en frente, ni detrás, sencillamente no esta en ninguna zona dentro de la cornucopia, pero sí fuera, ya que escucho el sonido de unos pies arrastrarse. -¿Sandra? –Consigo susurrar. -¿Cristina? ¡Cristina! ¡¡¡Cristina, Cristina!!! ¡Cristina! –Pero no hay respuesta, todo lo contrario, los pasos cesan y solo hay silencio y más silencio hasta que...
-Óscar. –La voz de Sandra suena tras el frontón hecho pedazos. –Ven, deprisa. –Entonces me acerco corriendo siguiendo la voz de Sandra que me llama. Dejo atrás las armas, la comida y el agua para hacer lo que me dice. –Vamos vamos, más deprisa, esta escondido por aquí cerca, corre corre. –Llego tras el frontón y ella está pegada a la pared, con lanza y cuchillo en mano preparada para atacar.
-¿Y Cristina? –Preguntó mientras ella me da el cuchillo que llevaba en la mano izquierda.
-En la fuente, muerta. –Dice a la vez que a mi se me agarrota el corazón y comienza a latir fuertemente dentro de mi pecho, haciéndome daño. –El aerodeslizador no se la ha llevado todavía porque seguimos cerca, tú, yo y Marcos.
-¿Donde está Marcos?
-No lo se, le he escuchado en la cornucopia, mientras dormíamos, me ha despertado.
-¿Y no me has llamado?
-No, quería que intentase matarte para clavarle el cuchillo en cuento estuviese a mi alcance, pero no le veo.
-La ha matado, ¿como no lo has impedido, Sandra? Está muerta por culpa de ese...
-No te preocupes, Marcos saldrá en cualquier momento esta noche, le conozco y... no es paciente, no aguantará mas de dos horas quieto donde esté.
-¡Pero ese no es el mayor de mis problemas! Cristina... –Solo consigo pensar en Cristina que para mi había sido no solo una compañera de ocendistrict, sino una amiga y casi una hermana, pero ahora estaba muerta, no pude ver como fue, y lo que es peor, no puedo ver su cadáver entre las sombras de la falsa noche en la que estoy sumido junto a Sandra, un asesino y el cadáver de una de las personas a las que mas he apreciado durante años.
-No hay tiempo para arrepentirse e ir a ver a Cristina, hay que matar a Marcos y luego yo moriré, dejándote a ti ganar y vengar a tu hermana. –Asiento, pero no puedo evitar preguntar:
-¿Como está el cuerpo de Cristina?
-Tiene una raja en el cuello, y le falta una mano. –Contesta. –Quiso luchar. –Entonces una lanza se clava en la piedra del frontón a dos centímetros de mi garganta.
-¡Joder! –Exclamo; y entonces Sandra se agacha, coge una piedra, me da con ella en la cabeza y caigo como un plomo al suelo, sin hacer ruido y todavía consciente. -¿Porque has hecho eso? –Pregunto tartamudeando; pero ella se agacha y desaparece en la oscuridad dejándome al alcance de Marcos.
Me arrastro por el suelo con la cabeza retumbando llena de sangre y con un pitido ensordecedor en mis oídos que no deja de sonar violentamente. El suelo está frío y duro, solo encuentro piedras y el camino hasta la fuente se me hace eterno; pero cuando llego, el cuerpo de Cristina está en el suelo, boca arriba, delante de la fuente. Toco su pelo, enredado, después su mano, la derecha, la izquierda y... ¿Sandra no dijo que le faltaba una mano? Entonces rápidamente las mías se dirigen al cuello del cadáver y palpo la piel.
-Aquí no hay raja ni nada. –Susurro; tan bajo que parece que las he dicho en mi cabeza sin haber movido los labios para pronunciarlas. -¿Que cojones está pasando? -Y una voz suena al otro lado, tras el frontón,  de donde venía yo.
-Solo puede salir uno de los tres. –Una voz masculina, Marcos.
-¿Crees que serás tú? –Dice Sandra desde otro punto diferente en la oscuridad que nos envuelve, no una oscuridad normal, es una oscuridad de esas en las que pasas la mano frente a los ojos y solo consigues atisbar una pequeña sombra.
-Desde luego tú no, Sandra. –Contraataca él. –Eres demasiado... frágil.
-O eso piensas.
-Que vamos, ¿a charlar y echarnos mierda el uno al otro? –Dice él mientras yo cojo un cuchillo que Cristina guarda en el cinturón.
-¿Porque no? –Apunta Sandra; y comienzo a caminar despacio y en silencio hacia la cornucopia. –Es divertido soltar toda la ira que tiene uno dentro antes de morir, ¿que opinas Óscar? –No contesto, pero ellos se callan de inmediato a la espera de una respuesta que salga de mi boca. -¿Óscar? –Dice ella con un atisbo de preocupación en la voz. –Marcos, veo que se nos ha escapado. –Pero Marcos tampoco responde.
Cojo una piedra al entender el plan de Marcos y Sandra. Pretenden acercarse en la oscuridad siguiendo las voces de sus contrincantes, pero ese plan falla en cuanto el sol, de repente, sale por el este iluminando la pequeña arena, extinguiendo la absoluta oscuridad y haciendo daño a mis ojos acostumbrados a la noche.
Entonces veo a Sandra con lanza en mano y a Marcos detrás de mí con el mismo arma y la misma postura que su compañera de ocendistrict.
-Fíjate que fácil va a ser matarte. –Dice Marcos, quien deprisa, me agarra por el cuello y sostiene mirando a Sandra. –Luego será más fácil matar a una mujer.
-¿Como hiciste con Cristina, no? –Pregunto retóricamente.
-¿Que Cristina, la de tu ocendistrict? No, no la he tocado. –Dice. –¿Estaba pálida y con las venas totalmente moradas y marcadas casi a punto de explotar?
-No la he visto. –Contesto; y él me suelta de golpe para decir:
-Démosle un verdadero espectáculo al Ocentolio. Ve a ver su cuerpo, total no va a irse y el aerodeslizador no va a llevársela hasta que no nos alejemos. –Y eso hago: me acerco a paso ligero y veo el cuerpo tirado sobre el escalón en el que la fuente se encuentra; venas moradas, piel pálida, pelo enmarañado y boca abierta, como si hubiese vomitado.
-¿Que cojones le ha pasado? –Pregunto mientras Sandra baja el arma y mira nerviosa hacia el cuento de corteza en el que había guardado el veneno.
-Lo que a pasado, amigo mío, es Sandra. –Contesta Marcos dejando caer el arma al suelo. –Es... un veneno mortal que se fabrica en el ocendistrict 9 que varias personas del Ocentolio usan en su vida cotidiana. –Prosigue mirando hacia el cielo  y abriendo los brazos, como si se lo estuviese diciendo a las cámaras ocultas que nos observan. –Es un veneno ilegal que se prohibió en el 31º Ocen Games cuando el vencedor envenenó a todos los tributos vertiendo el líquido en la única agua que había. No duró ni un día el juego. Se prohibió en los ocendistrict y se prohibió en el Ocentolio, ya que su utilidad servía para múltiples de otras cosas como... Matar a tus rivales, o a tus amargados vecinos, o a algún revolucionario de algún ocendistrict.
-¿Cuanto tardas en morir? –Pregunto lleno de ira hacia Sandra, que nos juro fidelidad. Me fue de ella y compartí mi comida y bebida para que luego, con una puñalada trapera, se deshiciera de nosotros limpiamente.
-Una vez que te lo has tomado... tienes entre 15 y 30 minutos hasta que comienza el mareo, luego duras 1 minuto o 2 en morir, además sin dolor. –Dice Sandra mirándome, apenada.
-Pero... ¿quienes somos nosotros para desafiar al Ocentolio? Mejor dicho, ¿quién eres tú, Sandra, para desafiar al Ocentolio? –Entonces rápidamente Marcos se agacha, agarra la lanza y, con impulso, la tira hacia Sandra, quien sin poder hacer ningún movimiento cae de rodillas con el arma en la garganta. –Y ahora vas tú.
-Espero que sea así. –Entonces me siento en la entrada de la cornucopia y espero a que Marcos recoja el arma con la que ha matado a Sandra. –Una vez, por la noche, estaba sentado en el porche de mi casa pelando una manzana roja, tan roja como la sangre.
-Si, me interesa. –Dice sarcásticamente acercándose a mi con la lanza en mano y preparado para matarme. –Mi madre, junto a mi hermana y mi padre, intentaban hacerme reír después de haberme caído, y lo consiguieron. Cristina me vio caer y ella me acompañó a casa. –Prosigo. –Estaban haciendo un tipo de espectáculo, haciendo malabares y todo eso... pero ese día no lloré lo suficiente, solo el día de después cuando mi padre murió en la central eléctrica junto con sus compañeros.
-¡Malabares voy a hacer yo con tu cabeza! –Dijo levantando el arma. Pero yo fui más rápido. Hice algo que él no se esperaba. Saqué el cuchillo y lo clavé en su costado.
-¿Ahora sientes el dolor que sentí yo cuando me clavaste tu lanza. –Apunto mientras Marcos cae al suelo. –Tú mismo lo has dicho, démosle un espectáculo a nuestros... amos, por así decirlo. –Digo refiriéndome al Ocentolio. Saco el cuchillo y lo clavo en su hombro, luego en la pantorrilla, en la espalda y por último en los gemelos. –No creo que puedas moverte ya como para poder matarme. –Me acerco a las ramas caídas del árbol arranco unas cuantas. –Bien, empecemos. –La primera rama, del grosor de un dedo gordo de la mano, lo clavo atravesando los dos pómulos de la cara mientras el grita; el segundo, del grosor del dedo meñique, lo clavo en la nariz, horizontalmente para que atraviese los dos orificios, como el de los pómulos; y el tercero lo machaco y convierto en finas astillas para clavarlas en el globo ocular. -¿Ves lo que es dar un espectáculo? Ahora solo tienes que aguantar unos minutos así, no te preocupes. –Todo un charco de sangre se forma sobre el cuerpo de Marcos que se retuerce en el suelo. –Así, muy bien. –Hasta que desangrado, y por falta de aire, muere; al fin.
*Cañonazo*


jueves, 1 de enero de 2015

Capítulo 21 -Cuervos-

CAPÍTULO 21 Cuervos
CRIS:
Nunca pensé que después de una noche así pudiese volver a salir el Sol. Pero ahí estaba, en lo alto del cielo y tan artificial como siempre. Los días han ido pasando, creo haber olvidado cuántos llevamos aquí... y cada vez quedamos menos.
-¿Qué hacemos ahora?
-No lo sé, Sandra -contesta Óscar. -Tarde o temprano tendremos que salir...
-¿Seguirán ahí fuera todos esos mutos? -Pregunto, apoyada en la ventana y con la mirada fija en la calle.
-Sólo lo sabremos si salimos.
Óscar y Sandra miran a Álvaro como si se hubiese vuelvo loco, yo no creo que sea tan mala idea.
-Yo no pienso salir, esperemos un poco más -dice Sandra. -Tal vez unas cuantas horas aquí nos ayude a aclararnos.
-Estoy de acuerdo -señala Óscar.
Álvaro se levanta del sofá rojizo y limpia con un trapo la espada de Carlos. La cogió de su cuerpo inerte, lo que me pareció curioso, pero nadie le dijo nada. Se dirige a la puerta y Sandra y Óscar parecen pasar totalmente de lo que planea hacer. Me quedo mirando al chico moreno y luego les miro a ellos, están los dos en un sofá, haciendo todo tipo de tonterías, aparto la vista de ellos todo lo rápido que puedo y me encuentro con la mirada de Álvaro. Me hace un gesto con la cabeza hacia la puerta y yo asiento.
-Me voy contigo -anuncio.
Esta vez, Óscar sí que vuelve la cabeza y parece haber oído algo que no sean las palabras de Sandra.

 ÓSCAR:
-¿Cómo?
Las palabras de Cristina me habían sorprendido, nunca habría imaginado que diría eso, que haría eso.
-Que me voy con Álvaro, ¿es que no me has oído?
Sus palabras van cargadas de molestia y no entiendo por qué. Entonces veo como ella lanza una rápida mirada a Sandra, los demás no creo que la hayan visto, pero yo sí.
-Cristina, no me digas que… -Cállate, me voy con él. Así tendréis tiempo a solas.
Cierro los ojos y suspiro. Cuando los abro ellos ya han desaparecido.
-La madre que la parió… Me giré y me encontré la cara de Sandra. Estaba pensativa y mirándome fijamente.
-Esa chica…
-¿Qué?
-Nada, son sólo suposiciones…
-Dímelo.
-¿Estás seguro de que quieres salvarla no?
-Claro.
-Pues habrá que vigilarla, parece que ella sólo quiere ponerse en peligro.

 CRIS:
-No vayas tan rápido, Cris -vuelve a repetir Álvaro.
-Perdón, solo quería alejarme de esa casa –digo bajando el ritmo esta vez. Él asiente y recorremos la calle de los gatos de arriba a abajo.
-Ni rastro de mutos.
-Tampoco veo a los profesionales.
-Recuerda que sólo queda Marcos –aclaro.
-Y Aitana debe de seguir por ahí…
Yo solo asiento y sigo caminando. En cuanto la ha nombrado noto unos cuantos pinchazos en la espalda y me apoyo contra el frontón de la plaza.
-¿Estás bien?
-Sí, solo… volvamos ya.
  Cuando llegamos, solo Sandra se encuentra en el salón, no hay ni rastro de Óscar. Me trago las palabras y no pregunto por él.
-Cristina, estás sangrando –dice Sandra levantándose del sofá y acercándose a mí.
-No te preocupes, será solo el corte que me hizo Aitana.
Les dejo a los dos y me dirijo al baño. Dejo la chaqueta tirada en el suelo y miro mi espalda en el viejo espejo. Sandra tenía razón, la camiseta está llena de sangre. Salgo de allí sin hacer ruido y paso por el salón cubriéndome con la chaqueta para subir al piso de arriba.
-Iré a dormir un rato –digo, y ellos asienten.

ÓSCAR:
Las sábanas están rasgadas y la persiana no puede subirse, pero aún así la cama de esa habitación es el sitio más cómodo de toda la arena. Me pongo boca arriba en la cama y las manos detrás de mi cabeza. Pero es imposible dormir si no paro de recordar todo lo que hemos pasado hasta llegar aquí. Yo solo quiero sacar a Cristina con vida de aquí y que todo acabe. Escucho las escaleras crujir y cierro los ojos de golpe. Sea quien sea, no quiero hablar con nadie.
Una sombra entra en la habitación y abre el armario. Saca algo de él y va al baño, que está justo al lado contrario al que estoy yo. Ella entra y la luz del baño parpadea unas cuantas veces hasta que se enciende. Pero estoy seguro de que ni siquiera me ha visto así que me quedo parado. ¿Está sangrando y nadie se ha dado cuenta o qué? Su reflejo en el espejo me muestra la mueca de dolor que tiene en la cara. Me levanto de la cama a la vez que algo golpea con fuerza la ventana.
-¡¡Están aquí, están fuera!! –grita Sandra desde el piso de abajo. Cristina se da la vuelta y me ve. Luego mira la ventana y vuelve a ponerse la chaqueta.
-Corre –dice, y desaparece de mi vista por las escaleras.
Yo la sigo, sintiendo como todas las heridas de mi cuerpo empiezan a doler cada vez que bajo un escalón. Dejo de pensar en ellas y me reúno con los demás abajo.
-¿Qué son? –pregunto nada más llegar.
-No tengo ni idea, pero parece que están cabreados.
Sandra está en lo cierto. No sabemos lo que hay ahí fuera, pero se oyen como los cristales de las ventanas de arriba se rompen.

CRIS:
-Salir salir salir –grito mientras aparto a Sombra de la puerta y la abro.
Una vez en la calle nos quedamos mirando la casa. Toda ella está llena de pájaros negros, algunos siguen dando golpes a las ventanas mientras que otros entran por la de arriba, por donde antes estábamos Óscar y yo.
-Son cuervos – nos aclara Álvaro. –Y ahora mismo deberíamos irnos de aquí.
Conseguimos salir de ahí sin ser detectados por los cuervos negros. Cuando llegamos a la parte baja del pueblo, y chocamos con el límite, Álvaro ya ha pronunciado varias veces la palabra muerte.
-¿Podrías callarte ya? Me estás poniendo nerviosa –dice Sandra rompiendo el silencio.
Álvaro la mira y asiente, pero seguro que sigue diciéndolo en voz tan baja que casi ni le oímos.
-¿Qué significan los cuervos, Álvaro? -pregunto intrigada.
-Mi padre siempre lo consideró como un símbolo de la muerte.

ÓSCAR:
Después de escuchar los disparates de Álvaro suspiro y me siento en el suelo.
-Genial, nos hemos quedado de nuevo en la calle.
-Tú tan positivo como siempre… -murmura Cristina intentando que no la oiga, pero sí lo hago. La miro y luego aparto la mirada.
-Como si tú también lo fueras… -contraataco por lo bajo. Ella se aleja y la oigo decir algo como: Genial, he vuelto a molestarle.
  Ha pasado más de media hora y nadie ha hecho nada. Cristina estaba empezando a impacientarse, porque no dejaba de caminar de un lado para otro.
-¿Puedes estarte quieta? –dice de repente Sandra.
-No, no puedo, Sandra. Lo siento.
Se agacha y coge a Sombra de mala manera, por lo que recibe un bufido y una vista de sus dientes.
-Shhh, ni se te ocurra quejarte, bola de pelo.
Después de eso se pone la mochila al hombro y empieza a caminar. Se iba, volvía a alejarse de nosotros como llevaba haciendo ya varios días… Creo, el tiempo estaba un poco distorsionado aquí dentro. Pero el caso es que lo había hecho ya varias veces.
-Ya volverá, dejémosla un rato sola –me dijo Álvaro mientras observaba cada movimiento que hacía mientras se alejaba.
No me gustaba aquello, no quería dejarla sola, a saber qué la pasaría… Pero pasé de esa parte de mí que me gritaba que la siguiera y me senté de nuevo.

CRIS:
Camino siguiendo a Sombra, está muy misteriosa desde hace un rato, y es ella la que me guía subiendo la calle de los gatos. Empiezan a escucharse gritos bajos, que no son de persona sino de algún animal.
Me acerco al lugar del que provienen y me encuentro frente a un estrecho callejón entre dos edificios. Entro poco a poco por las baldosas de piedra recubiertas de musgo, voy con cuidado de no caerme mientras escucho aún más fuertes los gritos. No sé qué ocurre, pero cuando entro por el marco de madera me encuentro con una habitación enana y rectangular de pared de ladrillos y suelo de cemento desnivelado. Sin contar con su horrible olor a matadero.
-Quieto, maldito zorro –susurra alguien, ¿es Aitana?
Dirijo mi mirada hacia la voz y veo una figura de pelo largo totalmente despeinado, agachada sobre un bulto peludo, iluminada por la luz que entra por la puerta con barrotes a su espalda y la hoguera frente a ella.
-¿Aitana? –pregunto, pero no recibo respuesta, estoy segura de que es ella pero está tarareando una canción un tanto siniestra y no me ha oído.
Me acerco sin hacer ruido, hasta que estoy lo suficientemente cerca como para ver de qué se trata aquel bulto. ¡Es Jackie! Pero… No, ¡no! Está rodeado de un charco de sangre… y han separado su pequeño cuerpo de las extremidades… No puedo hacer otra cosa que alejarme unos pasos mientras mis ojos se llenan de lágrimas. Dejo de ver a Aitana cuando rodeo mis piernas con los brazos y entierro la cabeza en ellas.
Aitana parece que se ha vuelto loca, todos nos volveremos como ella de una forma o de otra. Quiero irme de aquí… Es entonces cuando, entre mis ruidos y los susurros de Aitana, oigo un bufido que reconozco, ¡Sombra! La busco con la mirada, intentando encontrarla antes de que lo haga Aitana, pero no sirve de nada, ella la tenía atrapada antes de que me diese tiempo a reaccionar… Aitana ya le ha clavado una daga en el corazón.

ÓSCAR:
No podemos encontrarla, la arena es cada vez más pequeña y ¡no podemos encontrarla!
-Tranquilízate, Óscar. Seguro que está bien –oigo que me dice Sandra mientras su mano se posa en mi hombro y aprieta para que me calme.
-Yo no diría lo mismo –dice de pronto Álvaro. Le miro y él está señalando un árbol cercano, en la que se encuentra un cuervo negro que, tras emitir un graznido horrible, echa a volar.
 En el cielo se une a una bandada de cuervos, ninguno de nosotros ha apartado la mirada por lo que todos vemos cómo piensan a cambiar. Sus cuellos se alargan y doblan un poco, aparecen plumas blancas en la base de sus cuellos, sus picos se acortan y la punta de dobla hacia abajo. Sus cuerpos crecen, al igual que sus plumas y, de repente, nos encontramos ante un montón de buitres alejándose de nosotros. Echamos a correr tras ellos y los seguimos hasta la calle de los gatos.
-Han parado… -musita Álvaro. Los observamos y empiezan a dar vueltas en círculo. –Cuando los buitres hacen eso… es que hay un cadáver.

CRIS:
La rabia toma el control de mi cuerpo y la tristeza queda en un segundo plano. Pego un grito y esta vez Aitana si parece verme, pero es tarde, la ira circula por mis venas y me abalanzo sobre ella. Durante unos segundos me encuentro encima de ella y he conseguido hacerle un corte en la mejilla, pero ella es más fuerte y en seguida me retiene bajo su cuerpo con mis manos apresadas.
-Parece que eres mi siguiente sacrificio, Cristina.
-¿Cómo? –pregunto sin aire. Necesito distraerla mientras recupero el aliento así que intento que siga hablando.
-¿Para quién haces el sacrificio, Aitana?
-No sé su nombre… Pero es el que controla todo esto, el que me sacará de aquí – empieza a reírse como una desquiciada.
-Eso no es verdad, Aitana. No son sacrificios… son asesinatos –replico intentado que mi voz suene calmada.
-¡¿Y tú qué sabrás?! –grita riéndose de nuevo. –Sólo necesito tu sangre…
Antes de poder hacer un solo movimiento hace dos cortes en mi muñeca derecha y deja que la sangre caiga sobre el fuego. ¡Me ha cortado las venas! Espero que no sean muy profundos o estoy perdida.
Todo queda en silencio de repente, siento como la sangre de mis muñecas cae por mi brazo y las piedras del suelo se me clavan en mi espalda herida. Aitana se quita de encima de mí en un solo movimiento, coge el cuerpo de Sombra y, justo ante mis ojos, lo arroja al fuego. Ella se queda con la mirada perdida y yo aprovecho para levantarme lentamente, una lágrima se desplaza por mi mejilla, no quiero hacer esto.
Me acerco a Aitana por la espalda mientras saco el cuchillo de mi cinturón, se lo pongo en el cuello y, simplemente, corto mientras ella emite su último grito. Su cuerpo cae al suelo con un ruido sordo, mis piernas ya no sostienen mi propio peso y caigo yo también a su lado. No lo niego, me muero de miedo.

ÓSCAR:
*Cañonazo*
Siento como cada pelo de mis brazos se pone de punta y un escalofrío me recorre la espalda.
-¡Cristina! –grito. Ya me da igual si los profesionales pueden escucharme, ¡eso ha sido un cañonazo! ¡Alguien ha muerto!
-Separémonos –propone Álvaro. Eso hacemos, Sandra mira por abajo, yo voy metiéndome por los callejones y Álvaro sube hacia arriba.

NARRADOR:
Álvaro entra por un estrecho callejón, dentro hay un fuego apagado y dos cuerpos tirados en el suelo. Las reconoce a las dos y se da cuenta de que una de ellas respira. Se acerca y las separa, observa a Aitana con el cuello ensangrentado y deja su cuerpo pegado a la pared. Comprueba el pulso de Cristina después de ver su ropa igual que la de Aitana. Todo está lleno de sangre.
-Ojalá hubieses muerto tú también, Cristina…
Ella lo escucha a medias, perdida entre los dos mundos, pero aún así sabe que Álvaro va a matarla.

ÓSCAR:
Escalofríos recorren mi cuerpo una y otra vez. Tendría que haber seguido a mi instinto antes, así que lo haré ahora. Sigo en camino de Álvaro y me meto por donde le vi la última vez.
-No… -susurra alguien, parece tremendamente débil. ¿Quién es?
Entro y me quedo helado. Álvaro la tiene cogida de la camiseta, toca delicadamente con sus dedos una herida a medio cerrar del cuello de Cristina.
-Te puse un cuchillo en el cuello cuando cazabas los conejos aquel día, ¿ha sido una venganza? ¿Por eso le has cortado el cuello a ella?
No entiendo nada, hasta que veo el cuerpo de Aitana apartado a un lado. ¿La ha matado Cristina?
-Yo…
-No puedo dejar que vivas ahora… Óscar y Sandra te están buscando. ¿Lo entiendes no? -le susurra Álvaro en su oído. Yo no puedo moverme, mi cuerpo no responde a los gritos de mi cerebro.
-¿Ya no te acuerdas o qué? ¡Te he salvado dos veces la vida! Y una de ellas fue cuando ella te intentó matar –gritaba Cris, parecía indignada con Álvaro, pero aún así dudaba mucho de que pudiese seguir consciente mucho tiempo más.
-No importa…
-Además, ¡Aitana intentó matar a Ángela! –grita de nuevo sin fuerzas, Álvaro pone cara de no comprender. –¡Sí! ¿Eso no lo sabías no?
-Pensaba que… Ella me abandonó.
-¡No, Aitana la echó y por eso vino con nosotros!
¿Qué era esto de revivir viejos recuerdos? Parece que todo eso fue hace varios años…
-Veo que me hiciste caso y la hiciste ver que eres fuerte, pero ahora vienes… y quieres matarme. Ya veo de qué va este estúpido juego.
-Pues sí. Todo esto es una mierda, ¿vale? Pero… No puedo dejar que sobrevivas, ellos intentan salvarte y yo estoy solo.
No escucho más, no me detengo a pensar en nada, empujo a Álvaro con todas mis fuerzas haciendo que se aleje de ella. No hay palabras mientras Álvaro y yo nos peleamos, rodamos por el suelo, me golpea contra la pared y yo a él. Hasta que me tiene retenido en el suelo, veo una piedra a mi lado, mi salvación. Golpeo la cabeza de Álvaro con la piedra y dejo que su cuerpo caiga hacia un lado ante la mirada asombrada de Cristina.
-Sólo está inconsciente –digo, respondiendo a su pregunta silenciosa. Ella asiente e intenta levantarse, en su muñeca empieza a mezclarse la sangre seca con la que sigue saliendo de los cortes. ¿Qué ha pasado aquí?
Salimos a fuera y Sandra llega corriendo a nosotros, no pregunta sino que ata una tela a la muñeca de Cristina y me mira. Yo la miro a ella y después a la chica que está en el suelo, ha cambiado mucho desde que éramos pequeños, pero aún más aquí dentro. Tiene la mirada perdida en el suelo, así que me agacho y la obligo a mirarme.
-¿Qué quieres que haga, Cris?
-Lo que tienes que hacer…

miércoles, 26 de junio de 2013

Capítulo 20 -¿No se dieron cuenta?-

Los dos cañonazos sonaron, uno detrás de otro.

CRIS:
Corremos lo mas deprisa que podemos con Laura, Fénix y Marcos a nuestras espaldas.
Nos paramos los siete de golpe al ver los cuerpos con la gran mancha roja a su alrededor.
Aparto la vista de inmediato y la dirijo hacia Oscar que mira a Fer y a Carlos con pena.
-Se habrán divertido ¿no? –dice Sandra.- vámonos.
Al darnos la vuelta Laura, Fénix y Marcos bajan la calle andando a paso ligero.
Álvaro gira el cuerpo de Carlos y Óscar lo rodea de piedras blancas.
-¿Por qué no flores y setas? –pregunto.
Él no me contesta.
-¿Por qué no flores y setas? –repito.
-No quiero volver a repetir el mismo error que cometí con Paula. –dice serio mirando la piedra que coloca en el hombro. – ya sabes… con las setas…
-Si entiendo. –digo.

OSCAR:
Dejamos el cuerpo de Carlos rodeado de blancas y rosadas piedras y caminamos cuesta abajo con la cabeza gacha.
Miro las piedras de la carretera cuando Sandra se pone a mi lado y camina junto a mí.
-Dos menos. –dice Álvaro.
-Y uno de los nuestros. –digo.
La sonrisa desaparece de su cara y seguimos bajando con cautela por la carretera. Nos metemos en un camino de tierra y andamos en fila de dos, Cristina con Álvaro y Sandra conmigo.
Álvaro pasa el brazo por encima de los hombros de Cristina y empieza ha hacerle cosquillas. Ella hace lo mismo.
Antes de llegar a lo que nosotros hemos llamado poza Cristina salta para esquivar la mano de Álvaro y sale disparada hacia delante como una bala. Corremos hacia ella y nos agachamos para ayudarla a levantarse.
Le doy la mano para ayudarla y ella la acepta. Primero dobla las rodillas con cuidado y después se impulsa con la mano libre para poder levantarse. Le agarro de la cintura y nos sentamos en el borde de la arena.
-¿Cómo conseguiremos agua? Moriremos enseguida sin el río a mano. –dijo Sandra de inmediato.
-Somos cuatro… tenemos una botella y media… no, no duraremos. –dijo Álvaro.

CRIS:
De regreso al pueblo en la última cuerva Aitana salta encima de mí con cuchillo en mano.
Intento esquivarla pero el gran pinchazo en la espalda hace que no pueda manejar mis articulaciones, la rodilla de la pierna derecha cae en el suelo sosteniendo mi cuerpo cinco segundos; después los brazos caen hacia delante y mi cuerpo los sigue hasta estar totalmente tumbada en el suelo.
Solo siento las manos de Óscar dándome en la cara y sus gritos.
-siga hay, no me valla, ¡Socorro! ¡Socorro!
Después dejo de escucharle, dejo de sentir las piedras en mi espalda, los golpes en mi cara. Solo veo un cuchillo caer a mi lado.


-¡Cristina! ¡Cristina! –dice Sandra en voz baja.
-No veo. –consigo susurrar.
-¿Qué?
-¡Que no veo!
-¡Venid!
Escucho pasos que se acercan a paso ligero.

OSCAR:
Sandra mantiene la cabeza de Cristina sobre sus manos con delicadeza.
-¿Qué pasa? –pregunto.
-No ve.
-¿Y eso?
-Ya sabéis, se ha quedado ciega.
-¡Imposible! –dice Álvaro. –le ha clavado el cuchillo en la espalda.
-Dejadme a solas con ella. Quiero hablar.
Álvaro y Sandra salen por la puerta.
Cojo a Cristina por los hombros y la siento junto a la ver.
-¿Cómo estas? –pregunto.
-Anda, pero si me hablas, esto es nuevo.
Suspiro.
-En serio. –digo.
Ella echa la cabeza hacia atrás y la apoya en el radiador.
-Bien. –dice.
-Siento lo de la…
-No pasa nada. –me interrumpe. – ¿Por qué has estado ignorándome?
-No puedo decírtelo.
-¿Cuál es la razón?
-Emm…
-¡Dímelo!
-Sandra y yo… Sandra y yo… vamos a… a… intentar sacarte de aquí con vida. –consigo decir. – me refiero a que… tú serás la ganadora de este año. Me sacrificaré por ti.

CRIS:
Esas palabras llegaron al corazón. Por un momento me dieron ganas de abrazarle, pero yo, fuera, sin él… no podría. Eso me llenó de malos sentimientos y disparé mi ira contra él. Mi mano fue directa a su cara y el sonido del golpe hizo que se me revolvieran las tripas.
-¿De que vas? ¡Te crees que voy a salir de aquí sin ti!
-¿Cómo has sabido donde estaba mi cara? –preguntó.
-No estoy ciega Óscar, solo era para poder hablar contigo, no me lo habrías dicho tan a la ligera. –grité. – no he estado ciega en ningún momento.
-Has conseguido engañarme.
- Si. –dije. –Ha y… desde hace tres días, Aitana ha estado aliada con los otros tres.
Salí de aquella casa tan acogedora dando un portazo. Sandra y Álvaro me miraron y se acercaron corriendo.
-¡No me toquéis! Sobre todo tú. –dije señalando a Sandra.

OSCAR:
Me levanto con la cara roja del golpe y hago lo mismo que ella. Salgo deprisa, pero sin dar portazo.
-¿Qué le pasa? –preguntó Sandra.
-Mejor, ¿Cómo se ha recuperado tan rápido? ¿Eres… brujo o algo? –preguntó Álvaro. –Además, en el Ocendistric 5 sois la mayoría pelirrojos. Y a los pelirrojos se les consideró como brujos.
-Tú hermana por ejemplo. –dijo Sandra de repente. –no me refiero que tu hermana sea bruja sino que es pelirroja.
-Prefiero no hablar de mi hermana.
-Si claro. –dijeron a la vez.
Después de esa conversación sin sentido Álvaro volvió a preguntar:
-¿Qué la pasa?
-No ha estado ciega. Lo ha fingido para poder estar a solas conmigo.
-¿Se lo has dicho entonces no? –preguntó Sandra. –habrá que dejarlo.
-¡Ni de broma!
-¿De que habláis? –preguntó Álvaro.
-Nada, cosas nuestras.

CRIS:
Me siento bajo la sombra de un alto y robusto árbol con las piernas encogidas y los brazos rodeándolas. Con esa postura la reciente herida de la espalda pega unos cuantos pinchazos que me resultan la mar de molestos al principio, después dejé de sentirlos. Bajo la cabeza y la meto entre las rodillas. ¿Por qué ha hecho eso? ¿Por qué quiere salvarme a mí y no así mismo? ¿Pensará que su hermana ya está muerta y que no importa que él muera? Retiro ese último pensamiento de la cabeza ya que me parece una crueldad y una injusticia pensar de ese modo.
Escucho un sonido sordo a mis espaldas. Me giro para ver que es y por sorpresa Sombra juguetea con una pequeña piña. Le cojo mientras estiro las piernas y después lo deposito encima de estas.

OSCAR:
Los tres miramos la cuesta por donde se ha ido corriendo Cristina.
Un sonido suena en mi cabeza constantemente. Me giro y veo a los dos buscando lo mismo.
-¿Qué es? –pregunta Sandra.
Seguimos mirando y buscando el pequeño silbido.
-Son avispas. –dijo Álvaro. –miradlas dijo mientras cogía una piedra para airárselo al avispero.
-¡No! –grité.
Pero la piedra atravesó el panal y un montón de pequeños puntos revolotearon en torno a él.
-¡No son avispas, son ocenvispulas! ¡Corred!
Empezamos a correr cuesta abajo.
-Al río. –grité.
-¿Qué río? ¡Ya no hay río! –contestó Sandra.
-Entonces seguid corriendo.
Las ocenvispulas revoloteaban entorno a nosotros. Contaba los pinchazos que me daban conforme bajaba corriendo.
Uno, dos…
Pisé una piedra y mi cuerpo se tambaleó hacia delante.
Tres, cuatro cinco…
El sonido se escuchaba cada vez más lejos. Pero no podía más. Mi cuerpo calló al suelo con un sordo ruidito. Solo escuche a Sandra gritar que se habían marchado.

CRIS:
Solo quería salvarme, solo quería que yo saliera con vida de aquí. ¿Cómo he podido pegarle cuando él intentaba hacer algo por mí?
Me levanté con rapidez y con Sombra detrás corrí hasta donde los había dejado.
Llamé a aquella casa. Esperé.
-¡Se que estáis enfadados pero abrir!
Seguí esperando.
-¡Lo digo enserio!  
Volví a esperar.
-¡Venga ya!
Nadie abrió así que me subí al tejadillo de la entrada y después pegué un salto y me metí dentro rompiendo la ventana. Todo estaba igual que antes excepto la chimenea que estaba casi apagada.
-¿Dónde están? –susurré.
Abrí la puerta y salí para buscarlos.
Bajé a la cornucopia, después seguí bajando hasta la zapatera, donde Carlos se invento el famoso titulo del libro que iba a escribir Oscar, alas de agua.
-Nada. –volví a susurrar.
¿Si me había equivocado y esos gritos fueran suyos? ¿Si alguno ha muerto? No, muertos no están, habría sonado el cañonazo.
Seguí andando a paso ligero hacia el bunker.
El suelo que antes era una carretera bien asfaltada ahora estaba cubierta de tierra y piedras a las que voy dando patas mientras arrastro los pies. En una de esas patadas, la arena que empujé volvió a mí. Miré hacia delante pero no había nadie. Di un paso y luego no vi nada.

OSCAR:
Al abrir los ojos me encuentro tumbado en el sillón de una casa. Sandra y Álvaro delante de mí hablan entre ellos mirándome.
-¡Oh! Al fin te despiertas. –dijo Álvaro. –eres difícil de matar ehh… vas con una herida en el costado, con siete moratones y tres raspones profundos en la pierna derecha, con un agujero de cuchillo en el gemelo izquierdo, con seis picaduras de ocenvispulas y sigues aquí, luchando.
-¿Seis?
-Si, seis. ¿Te parecen pocas? –intervino Sandra.
-No, a decir verdad demasiadas para seguir vivo. –dije.
Me ayudaron a sentarme y después a levantarme.
-Las hojas están asquerosas.
-¿Qué hojas? –pregunté.
-Las que he tenido que morder para ponértelas encima de las picaduras.
-A gracias. –digo mientras las tiro al suelo.
-Nada.

CRIS:
Levanto la cabeza con cuidado del suelo.
-El límite. –susurré.
Esta mañana el límite estaba más alejado del pueblo. ¿Cómo puede estar ahora mas cerca?
Camino de vuelta al pueblo cuando escucho unos pasos que se acercan corriendo. Me meto debajo de unos arbustos y veo a Laura, Fénix, Aitana y Marquitos corriendo  hacia el límite.
Sabiendo lo que va a pasar salgo a la carretera llena de tierra y veo a Aitana y Fénix salir volando por los aires a la vez que Laura y Marcos se paran en seco. Me reí hasta estar tirada en el suelo y ellos me miraron, me escucharon.
Empecé a correr con Laura tirando cuchillos a mis espaldas, intentando alcanzarme con alguno.
Corría hacia la plaza a toda velocidad para que no me alcanzaran. Allí quietos en una ventana habían tres puntos que se convertían en manchas, después en figuras y por último lo identifiqué; Óscar, Álvaro y Sandra. Seguí corriendo.
Cuando estaba llegando ellos se alertaron de los profesionales de detrás. Cuando pasé al lado de Sandra que intentó cogerme olí el sudor de los tres.

OSCAR:
Se pararon de sopetón al vernos y se dieron la vuelta cuando un pequeño sonido nos llamó la atención a todos.
AGUA.
Los pasos de Cristina se pararon, Laura se petrificó con el cuchillo en la mano, Fénix se paró con Marquitos de inmediato y Álvaro, Sandra y yo nos pusimos de puntillas para ver por encima de sus cabezas.
Los pasos de Cristina volvieron a escucharse, ¿Preferiría morir de sed que con un cuchillo? ¿Quería alejarse de mí? ¿No quería volver a hablarnos?
Pero de repente una figura a mi izquierda apareció corriendo con una cantimplora en la mano. ¡Cristina!
Puso la botella bajo el pequeño chorro de agua mientras nosotros seguíamos embobados con el  precioso sonido de las gotas hasta que el sonido de un objeto metálico sonó contra una pared.
Despertamos de ese trance.
Cristina salio corriendo cuesta abajo y todos corrimos a la pequeña fuente donde se desenvolvió una batalla.
Álvaro saltó encima de Fénix y Laura encima de Sandra. Marcos y yo nos peleábamos por conseguir un poco de agua que llevarnos a la boca.
Él puso su botella bajo el chorro pero yo se la quieté y puse la mía.
Cuando Laura empezó a hablar todos la miramos.
-Nosotros somos profesionales, merecemos ganar, nos presentamos voluntarios todos los años para honrar a nuestro Ocendistric, nos jugamos las vidas. –dijo acorralada por el árbol que tenía a la espalda y por Sandra.
Mi cantimplora se lleno al tope y la guarde en la mochila mientras ponía otra sin que marcos se diera cuenta.
-¡Astuta hija de puta! –gritó Sandra mientras sacó el cuchillo de su cinturón y se lo metió por la boca.
Vomité en el suelo y eso le llamó la atención a Marquitos que se dio la vuelta y me dio en la cara.
Cogí la cantimplora y me puse al lado de Álvaro y Sandra.
Laura estaba clavada en el árbol por un cuchillo que tiene en la boca. Depie. Fénix se acerca a ella con cuidado y Marquitos la mira fijamente.
-¡Pudríos en el mismísimo infierno! –gritó Fénix.
Nosotros salimos corriendo.

CRIS:
Me senté en la montaña para ver el agua que había conseguido cuando un zumbido me alertó. Giré la cabeza hacia atrás y en los tres grandes árboles los vi; cinco grandes enjambres de Ocenvispulas colgaban de las ramas. Baje la colina sin hacer el más mínimo ruido.
El cielo empezó a oscurecerse y el frío empezó a apoderarse de mi cuerpo.
Me subí a un árbol.
-Aquí se estará bien. –me dije a mi misma.
Me senté en la rama más gorda y me até con una cuerda al árbol.
-¡Así! –exclamé.
Deje la mochila colgando de una rama rota y apoyé la cabeza en el tronco del árbol.
-Que bien. –susurré.
Después me dormí.

OSCAR:
Nos encontrábamos sentados bajo el cielo oscuro.
-¿A que venía en insulto? –pregunté.
-Fénix y Marcos habían hecho un pacto para morir ellos antes que laura; se sacrificarían por ella pasara lo que pasara. Cristina también lo sabía.
¡Cristina!
Me había olvidado totalmente de ella. Al estar corriendo durante media hora la adrenalina había podido conmigo. Apenas habíamos bajado el ritmo y tenía las piernas doloridas, destrozadas, casi desgarradas, los músculos estaban tensos y me tiraban.

CRIS:
El frío corría por mis venas con violencia y forcejeando para poder congelarme. Deshice el nudo de la cuerda y mi cuerpo resbaló por la rama y cayó al suelo.
Levanté la cabeza y empecé a caminar despacio, bamboleándome de lado a lado como el mentor del Ocendistric 11.
-¿Qué me pasa? –susurré. -¿Porqué me muevo de lado a lado?

EDWARD:
-Es necesario Cece. Se está muriendo de hambre y de frío, solo tiene una pequeña cantimplora.
-No Edward. –dijo ella con severidad. –no pienso darle nada, absolutamente nada para salvarle la vida.
-Cece, esa chica va a morir por el frío, eso no le gustará a los espectadores.
Ella se paró de inmediato y se giró lentamente.
-Para empezar tú no me darás órdenes, pero tienes razón, es una muerte muy simple, el Ocentolio necesita un buen espectáculo. –dijo. –vale, puedes enviarle algo.
-Eso mismo venía a decirte, solo quedan siete y los productos son muy caros.
-entonces yo pagaré el producto a que me sale gratis.


CRIS:
Mis oídos percibieron un pequeño sonido. Levanté la cabeza y vi un gran paracaídas plateado colgado de una baja rama. No me tuve que estirar para cogerlo porque llegaba a él.
Abrí la caja deprisa y corriendo con grandes ansias de saber lo que había dentro. Un saco a mi medida.
Me puse bajo un árbol y me metí dentro con cuidado. Dejé la mochila a mi lado y metía a sombra conmigo.
Esta vez dormí genial.

Abrí los ojos poco a poco, el sol me deslumbraba. Oscar estaba mirándome, delante de mí. Me levanté sobresaltada y salí del saco empujando a Sombra había fuera, Jackie movió la ancha cola de zorro y se pusieron al lado.
-Hola. –dijo Sandra.
-Hola. –Contesté. -¿Qué hacéis aquí?
-¿Prefieres estar sola? –preguntó Oscar.
-No que va, es que…
-Es que… –dijo Álvaro
-No hay ningún es que no se porque he dicho eso. –dije.

OSCAR:
Cristina recogió su saco y lo metió en la mochila, después empezamos a caminar con rapidez.
Caminamos por la calle donde Cristina se encontró a Sombra, más bien donde Sombra encontró a Cris.
Un sonido agudo volvió a sonar. Esta vez iba por el suelo, no eran ocenvispulas. Nos giramos todos de sopetón al escuchar que se acercaba y hay lo vimos, una serpiente de cuatro metros de largo yacía en el suelo, mirándonos. Empezó a desenroscarse y nosotros a correr con ella reptando detrás.
-¡Seguid seguid! –gritaba Sandra que iba la última.
Mi herida del costado empezó a abrirse de tanto moverla y ejercitarla.
-¡Corred corred! –volvió a gritar. –se está acercando.
Saqué mi último cuchillo del cinturón y me paré en seco, lo lancé y atravesó el cuello de la gorda y grande serpiente blanca de manchas amarillas. Volví y saqué el cuchillo del cuello de la serpiente.

CRIS:
Cogí la serpiente y la enrosqué entorno a mi cuello.
-¡Pesa! –grité.
-espera te ayudo. –dijo Álvaro.
-gracias.
Llevamos la serpiente entre los dos. Dimos nueve pasos, contados, y aparecimos en la plaza. La fuente estaba desierta, solo caía un fino chorro, como un hilo. Corrimos todos a la vez hacia el chorro con la cola de la serpiente arrastras. La dejamos en el suelo al lado de la fuente y sacamos nuestras cantimploras.
-¿Qué es eso? Preguntó Óscar.
Todavía no me hablaba con él pero lo que señaló me llamó la atención.
Quitamos la tapa de hierro y debajo encontramos unas manecillas. Él las giró con rapidez y de la fuente salió un chorro enorme. Todos pusimos las cantimploras, primero Sandra, luego Álvaro, después yo y por último Oscar. Después apagamos la fuente y lo tapamos para que Fénix, laura y marcos no pudieran beber.
Se escucharon unos gritos.

OSCAR:
Marquitos, Laura y Fénix aparecieron corriendo con unos tigres peludos y blancos que corrían detrás de ellos.
Nosotros echamos a correr velozmente cuesta arriba por una calle de suelo blanco.
-No nos han visto. –dijo Cristina.
-Puede que ellos no pero los mutos…
-¿Qué mu…? –me paralicé al verlos en el tejado, estos eran igual solo que cada uno de un color, uno blanco, otro anaranjado y otro mas oscuro el que el último.

CRIS:
Álvaro empezó a moverse.
-Chsss… -dije. –no te muevas.
-¿Por qué? -preguntó él.
-Si no nos han atacado todavía es por una razón. –prosiguió Sandra. –solo responden al movimiento.
-Al sonido no por lo que se ve. –dijo Álvaro.
-No, al sonido no responden. –dije.
Los mutos desaparecieron en el tejado.
-¡Ahora! –dijo Álvaro.
-No, podrían volver. –dije.
Me pareció raro que Oscar no hubiera participado en la conversación.
-¿Oscar? –pregunté.
-Se ha ido. –dijo Sandra.
-¿¡Qué!?
-¡Si ahora! –grité.
Al llegar al cruce miré a todos lados pero no le veía.
Algo cayó detrás de mí.
-Si, los del Ocentolio son muy inteligentes. –dijo.
Me alegró volver a escuchar su voz.
-¿Qué quieres decir? –preguntó Sandra.
-Han hecho mutos del mismo aspecto pero cada uno es dirigido por un wentido, unos por el sonido y otros por el movimiento.
Una hormiga del tamaño de mi dedo meñique cruzó delante de mí.
-¿Por qué es todo tan grande? –pregunté.

OSCAR:
-Venid. –dije.
Ellos me siguieron a paso ligero y les llevé hasta la iglesia. Nos sentamos delante de la puerta y les dije:
-¿Nos os parece que este año falta algo?
Ellos se quedaron inmóviles durante un buen rato.
-No.
-Pensad. –volví a decir.
Sandra abrió la boca para hablar pero volvió a cerrarla.
-No, no falta nada.
-pensad… -dije alargando la a.
Ellos me miraron con cara de pocos amigos.
-Estamos en los 45º Ocen Games ¿Qué creéis que falta?
Ellos volvieron a mirarme con la misma cara.
-¡De verdad no lo sabéis! –grité.
-No. –contestaron a la vez.
-Pues… estamos en un… vasallaje.
-¡Que! –gritó Cristina.
-Claro, el vasallaje se celebró en los 15º, en los 30º y ahora en los 45º. Cada quince años.
-Y además están haciendo un recordatorio, en los 15º hicieron mas pequeña la arena y quitaron el agua, y en los 30º todo eran mutos y ocenvispulas.

CRIS:
-Es verdad, ¿como no e podido caer en ello? –dije.
-¿No te sonaban los mutos? –dijo Oscar. –los tigres de colores, las hormigas del tamaño de nuestro dedo, las serpientes Debuissies…
-¿Y las hormigas son rápidas? –preguntó Álvaro.
-Si, demasiado.
-Pues a correr se ha dicho. –dijo. -mirad hacia atrás.
Hicimos los que nos dijo y nos levantamos de inmediato al ver a las grandes hormigas moverse en nuestra dirección. Eran tantas que alguna se subía encima de otra. Van por las paredes y tejados de las casas.
Empezamos a correr de inmediato, Sombra y Jackie los primeros.
-¡Van a alcanzarnos! –gritó Óscar.
-¿Cómo es posible que sean mas rápidas que las Debuissies? –preguntó Sandra.
Nadie contestó a esa pregunta, pues nadie sabía contestarla.
-Estas hormigas repelen las setas con las que murió Paula. –grité.
-La arena es pequeña, las setas estarán fuera.
Tontos.
-Al lado de la Cornucopia están esas setas.
Todos corrimos hacia la cornucopia con velocidad.
 Íbamos callejeando, algo que no nos daba ventaja porque las hormigas iban en línea recta atajando, subiendo y bajando paredes y casas.
Cuando llegamos a la cornucopia, saltamos las setas que hacían un círculo en torno a ella. Las hormigas se acercaron pero se pararon de repente al estar cerca de las Craterellus cornucopioides.

OSCAR:
Fénix y Marcos corrían a toda velocidad para que no se les subieran las hormigas encima y saltaban encima de ellas aplastándolas con brutalidad para poder llegar a la cornucopia.
Cristina dio un paso adelante cuando Marquitos entró en el círculo y tiró la pesada y gorda Debussy con fuerza encima de Fénix, que cayo al suelo con un sonido sordo.
Él apartó la Debussy pero ya era tarde, empezó a gritar como loco y a moverse rápidamente. Las hormigas del tamaño de mí meñique se metían por la boca de Fénix. Las demás escucharon los gritos y todas arrastraron el cuerpo hacia su hormiguero.
Marquitos salió corriendo con Aitana que se había subido a un árbol.
-Parece que las hormigas han estropeado su plan. –dijo Álvaro.
-Sigámoslas. –dije.


CRIS:
Seguimos a las hormigas con cuidado, escondiéndonos de ellas tras árboles, casas, muros, arbustos…
El cuerpo de Fénix estaba casi desnudo al haber sido arrastrado y mordisqueado.
-Por suerte no se le ve nada. –dije.
Todos se rieron de mi broma.
Cuando las hormigas torcieron la esquina corrimos hacia ellas.
Agonizaban todas en el suelo retorciendo las patas y las antenas, moviéndolas de lado a lado.
El cuerpo de Fénix yace en el suelo.
-Han venido los del Ocentolio a recoger el cuerpo. –dijo Sandra. -Alejémonos, para cuando el cuerpo desaparezca las hormigas volverán a caminar.
Nos alejamos despacio.
*Cañonazo*
El Aerodeslizador recogió el cuerpo con delicadeza y desapareció.

Nosotros volvimos de regreso a la gran casa en la que ayer estábamos alojados. Me tumbé en un sillón y cerré los ojos, Oscar, Álvaro y Sandra hicieron lo mismo.